lunes, 18 de marzo de 2013

Sobre la corrección y los correctores


Entre nosotros se publican muchos libros que están zurcidos o amañados, o que contienen errores gramaticales tremendos o faltas de ortografía, y nadie dice nada, ni se lleva las manos a la cabeza, ni hace ejercicios de alta indignación intelectual frente a la invasión chabacana de los ignorantes con éxito que ceden al capricho de publicar novelas.
Hay traducciones al español tan increíblemente malas que parecen hechas por un estudiante de grado elemental al que han encerrado a pan y agua y con un mal diccionario, y en libros de editoriales que parecerían fuera de toda sospecha no es infrecuente encontrar a un personaje “preveyendo” algo o sintiéndose “más mayor” que otro. Nadie está a salvo del error, ni del despiste más disparatado: precisamente por eso, porque quien escribe a veces no sabe alejarse de su trabajo lo bastante como para advertir algunas equivocaciones, un libro debe pasar por las manos de editores y correctores, de gente dotada a la vez de pasión y distancia.
(Antonio Muñoz Molina, 2000)

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