lunes, 18 de marzo de 2013

Vean la fuerza de lo concreto frente a lo abstracto... y los años que tienen estos potentes relatos


El bastón cobarde

Cuando el bastón salía de las manos temblorosas del abuelo era para quedarse firme en un rincón, siempre lejos del ruido y de las gentes. En la calle se animaba un poco más, pero nunca azotaba a un perro ni hacía rodar por el suelo una hoja de árbol.
Era un bastón sin mucha gracia, con el puño encorvado y lo demás rígido y recto. Siempre que lo buscaban para amenazar a alguien, andaba perdido, como si tuviera miedo.


El componedor de cuentos

Los que echaban a perder un cuento bueno o escribían uno malo lo enviaban a un componedor de cuentos. Este era un viejecito calvo, de ojos muy vivos, que usaba unos anteojos pasados de moda, montados casi en la punta de la nariz, y estaba tras de un mostrador bajito, lleno de polvosos libros de cuentos de todas las edades y de todos los países.
Su tienda tenía una sola puerta hacia la calle y él estaba siempre muy ocupado. De sus grandes libros sacaba inagotablemente palabras bellas y aun frases enteras, o bien cabos de aventuras o hechos prodigiosos que anotaba en un papel blanco y luego, con paciencia y cuidado, iba engarzando esos materiales en el cuento roto. Cuando terminaba la compostura se leía el cuento tan bien que parecía otro.
De esto vivía el viejecito y tenía para mantener a su mujer, a diez hijos ociosos, a un perro irlandés y a dos gatos negros.

Mariano Silva y Aceves (1887-1936)

(Tomado de Campanitas de plata, 1925)

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